lunes, 19 de agosto de 2013

Pesadillas (para leer)





 Andrés entra en el comedor temprano por la mañana.
- Ayer no pude dormir.
- ¿Me hablas a mí?
- Sí. Te digo que no pude dormir.
- No me extraña. Yo tampoco hubiese podido hacerlo con esa bala en la frente.



Detrás de las colinas, lejos en el horizonte, atravesando el camino de piedra, encontré una puerta. La puerta estaba cerrada. Toqué un par de veces. Después de un rato alguien salió:
- ¿Quién es?
- Disculpe, busco un anterodonte que encargué anoche.
- No, no es aquí. Sueño equivocado.



Un golifordo pasaba volando todas las tardes por mi ventana. Yo le dejaba granos de arroz en el techo para alimentarlo.
Un día le enseñé el golifordo a mi primo. Él dijo que no era un golifordo sino un tarindanio. Los tarindanios no volaban.
Al día siguiente encontré una mancha de sangre estrellada en mi ventana.



Todo es resultado de la costumbre.
Hace un mes que asesino a mis vecinos, uno cada fin de semana.
Ya me acostumbré a estar solo.



Llevo corriendo casi tres calles. Me pidió que no la abrazara pero no pude contenerme, sus gritos son música para mis oídos.



- Tengo algo importante que decirte
- Pues dímelo.
- No.
- ¿Por qué?
- Primero tienes que marcharte.



Nataria narode ni escart nite radeer.
Cuaets defter nuriemoc narodeip.
(Diccionario sfecter-español se consigue por separado)



jueves, 15 de agosto de 2013

Hurto #01

Dependiendo del límite de tus obsesiones, creo que sí quisiera vivir contigo.
Realmente me encantaría.
Pero descartamenos los golpes, de plano. Ni yo quiero que conocer mi furia y mi volencia, aparentemente dormidas. Ni ser la imagen de alguna campaña social.
Quiero a veces presumirte. Endosiarte. Alabarte frente a gente que apenas conozco. Te he amado tanto y no quiero temerte.
Quiero hijos contigo. Muchos, quizá. Aunque luego no podamos mantenerles. Te necesito aquí. Al lado. No delante mío. Ni de espaldas.
Te quiero para mí. Pero sólo cuando estemos a solas. Que me busques y que yo te encuentre. Que tú huyas y que yo te alcance. Que tú me ames y que yo te ame.
Pero que jamás... tu cuerpo choque con el mío hasta el punto de lastimarlo. Si lo entiendes, hoy empaco. Si lo comprendes, hoy empiezo de nuevo.

sábado, 6 de octubre de 2012

06 de octubre. Desde temprano.


Hoy el día está pasando lento. El "Hoy día" es literal. Un pájaro color negro pasa el cielo. De manera lenta, me olvidé aclarar. La gente camina despacio. Como contando los pasos. Como revisando el camino. Como evitando caerse. O no volver hacerlo. Insisto, el día transcurre lento. Todos se toman la molestia de sonreír justificando su sonrisa o dando la opción al múltiple significado. Nadie se cansa. O es que se cansan por etapas -y eso para mí es maravilloso- hasta que lleguen al estado de la fatiga probablemente ya habrá anochecido. O quizás ya será un nuevo día. Me pregunto si alguien estará haciendo el amor mientras escribo, y también me pregunto si esta parsimonia influirá en él, y cómo. Quiero hacer el amor, para saberlo. ¿Cómo serían los orgasmos? Quizá sean como los pájaros color negro que acaban de cruzar el cielo: Uno detrás de otro. Esa dinámica repetida con una lenta frecuencia varias veces; en número lentos. Ahora deben estar comiendo en cámara lenta. ¿Quién será el editor del tiempo hoy? ¿El director de escena? ¿El de arte? ¿Quién? ¿Me daría un autógrafo? El tiempo está lento, desde ayer en la noche, lo noté. ¿Lo noté? ¿Sólo yo? O ¿alguien más? Me gustaría que me lo dijeran. Si es mucho roche, en secreto nomás. Pero que me lo expliquen lentamente.

lunes, 27 de agosto de 2012

De qué hablamos cuando hablamos


«Nuestros dolores tienden a aliviarse leyendo. Mentira. No se alivian: cambian de dirección. Salen de casa.» dice Andrés Neuman en un post de su blog. Y es cierto, los temores se escapan, las realidades se vuelven lejanas, los temores y el dolor no se calman, se anestesian, se duermen, el desencanto se serena, se apena, se vuelve indefenso, su inocuidad conmueve. Pero está ahí. Escribir así como leer, tiene sus riesgos melancólicos, el feliz también escribe, pero el triste escribe más. El triste busca la compañía lejana, sutil, compasiva y permisiva de las letras, de la conciencia, de sí mismo. Escribir permite ser un tercer personaje en la obra, ser un observador de uno mismo. Pero escribir aveces es como hablarle a un hueco profundo que no responde ni con el eco. «No le cuentes nada a nadie», finaliza aquel libro que me gusta tanto, El guardián entre el centeno. «No le cuentes nada a nadie. Si lo haces, empiezas a echar de menos a todo el mundo.». Ahora mismo escribo. Adivina qué. Te empecé a extrañar. Cuando uno escribe extraña hasta lo que no tiene lejos. Son esos momentos en los que uno debo parar.

lunes, 20 de agosto de 2012

God only knows

God only knows what i'd be without you



Ese día fui a su casa para dejarle dos libros que me había prestado, aunque en realidad quería saber cómo estaba. Ese día él me llamó temprano, para preguntarme si había terminado mi trabajo universitario, aunque en verdad me había llamado para saber cómo estaba. Toqué la puerta de su casa, la había dejado de ver por algunas semanas, seguía igual de pequeña, igual de acogedora, las grietas de la madera vieja seguían ahí, el color verde deslucido también, me encantaba esa casa. Abrió él mismo,me pidió que pasara, se sentó en el mueble de la sala, aquel mueble donde su abuela se acompañaba de la tarde para ver pasar las horas. No dijo nada, sólo se sentó frente al televisor apagado. Yo estaba nerviosa, pese a los años y pese a que era yo la que había decidido dejar de verlo, porque creía en aquel tiempo que las razones eran suficientes, porque en aquel tiempo daba pasos y saltos como en una rayuela, al azar. Pese a eso, estaba nerviosa. Le entregué los libros, uno era El joven García Madero, y el otro En busca del tiempo perdido, le regalé también unas fotocopias de un libro que me había gustado, el último que le di, La infancia del Mago. Los recibió todos, sin decir nada, sin darles importancia, los dejó sobre el apilado de libros que tenía sobre la mesa al lado del mueble. Seguía sin decir nada. Ese silencio me asustaba, entonces sospeché que no era más bienvenida ahí, me paré y cuando estaba apunto de decirle que me tenia que ir, me interrumpió diciéndome, que desde hace semanas estaba enfermo, que su dvd estaba fallando, que me extrañaba pero que ya nada le importaba, que la vida era un extraño cúmulo de acontecimientos desastrosos, que vivimos la vida con miedo, que ese miedo nos lleva a autoboicotearnos la felicidad, ¿la felicidad? sí, hablaba de la felicidad, sentado frente a un televisor apagado, sin mirarme. Terminó su discurso confuso contandome que llevaba todos los días tomando por las noches, que vivía un tiempo que quería olvidar pero que sabía que recordaría toda la vida. Que embriagado por el vino de cinco soles que le llevaba su amigo suicida, la vida le parecía un rinoceronte rojo, y Chiclayo una cola de serpiente, nunca entendí qué quiso decir con aquella metáfora. Me río, nos reímos, pero sabes que toda aquella parafernalia de luces y licor, son sólo una máscara de distracción, el desencanto está aquí, y lo sabemos con claridad cuando despertamos con aquella resaca que sólo los infelices conocemos.Cuando terminó de decir aquello, supe que debí irme cuando aún guardaba silencio, supe que el daño que había hecho era mucho más grande que las aparentes muestras de madurez y aquel derroche de sabiduría cruel y resignada ante la vida. Quise irme una vez más. Pero de pronto me miró, me miró con aquella mirada de antes, me pidió que no me vaya. Quiero que veas este capitulo de los Años maravillosos, ¿lo has visto? Siéntate. Eso ultimo lo dijo casi como una orden. Me senté. Y comenzamos a ver aquel capitulo, que nunca me pareció tan largo.Kevin Arnold y Winnie Cooper van de paseo escolar al museo. Aquel año estudiaron en distintos colegios. Al final del paseo, Kevin y Winnie se encuentran afuera del museo, con los buses a punto de partir, Winnie le confiesa a Kevin que ya no lo quiere, que se ha enamorado de otro. Cada quien sube al bus de su escuela, mientras la infaltable voz en off que narra la historia decía: "Y entonces supe que la chica de al lado se había ido y que mi vida no volvería a ser la misma jamás". En la toma final , como en la vida misma, como en una cruel metáfora, se ven partir los buses de un mismo punto, hacia distintos caminos. Mientras sonaba aquella canción de los Beach Boys, desde entonces inolvidable para mi. ♫ Si alguna vez me abandonases,Well life would still go on believe me,El mundo no podría mostrarme nada, Solo dios sabe que seria sin ti, Solo dios lo sabe ♫.Dejó sonando aquella canción. Vi sus ojos tristes mirarme. Sentí asomarse algunas lagrimas sobre los míos. Sentí que caían incontrolables sobre mi rostro, me preguntaba porque tanta crueldad. Por qué, por qué. Quería que alguien apareciera y me dijera que no siempre los finales son así. Me paré, porque supe que era el momento de irme. No dije nada, porque no supe que decirle. Él sólo me pidió que cierre bien la puerta al salir.

jueves, 2 de agosto de 2012

Morenita

No, yo sólo sé sentir. Desconozco las explicaciones. La verdad es que, nuevamente me perdí.
Quiero explicar muchas cosas, me dice. Y yo sé que ya no lo logrará, porque el llanto es más fácil después de todo. Pero... ¿de verdad?, me pregunto.
Fotografía del Lienzo de Humberto de Jesús Viña García
Pero ella llora y llora. Sé que esto va a empeorar.
Si no coge un cuchillo, si no toma pastillas, si no, hay tantos "si no" que no puedo dejar de imaginar.
Quiero acercármele, quiero explicarle que esta batalla no tiene sentido, que es mejor sonreír, hacerse "la fresca", "la que de nada se tiene que preocupar", la que puede ser hoy yo, y nadie más.
Mas... es más fácil llorar.
Arrebatarse por un momento, buscar culpables, buscar víctimas y pedirle permiso a las últimas si se puede "colar". No hay espacio- le dicen. 
Entonces, buscar un juego, donde ella pueda ser el personaje principal, aunque muera de la vergüenza, aunque todos la miremos, critiquemos a ella, o aunque sin hacerlo ella sienta que todos le hacemos daño.
Y yo no quiero, les juro, de verdad, yo no quiero que se pelee. Yo quiero que sea feliz. Toda la vida. Una mañana gris. Un ratito... 20 segunditos... y que los recuerde. Que los recuerde, para siempre.
Sin embargo no me escucha, se ha tapado los oídos con esas manitas sucias, con esas manitas frías, con esos nudillos arrugados que los quita de su antigua posición para apretar sus ojitos cerrados. 
Luego calmada, la abrazo, sin saber por qué... yo no soy así, yo soy como ella, yo no sé abrazar.
Pero si ella se deja, yo lo seguiré haciendo, me gusta hacerlo. Quiero que duerma, quiero dormirme junto a ella, quiero ser ella, cuando se reconcilie conmigo.

miércoles, 18 de julio de 2012

Para la mujer aquella




Para la mujer aquella que no ve más allá de su nariz y mira más allá del cielo.
Para la mujer aquella que no puede quedarse callada,
que grita en silencio,
que grita por timidez.

Para ella y sus cabellos largos y negros.
Para ella que quiere ser feliz
y que tiene miedo,
que usa lentes estando ciega.
Para la sorda aquella que aprendió a susurrar en las copas de los árboles
al lado de las hojas.

Para ella verso, porque no podría hacer otra cosa.
Para ella el sueño ácido de la felicidad compartida.
Para ella, que siempre sumará dos y dos
sin hallar el resultado
pensando tal vez que le ha sido negado.

Para ella y sus ojos pequeños, redondos,
grandes,
chicos,
obtusos,
oblongos.

Para ella que duerme
que sueña,
que me sueña,
que sueña con otros,
que sueña con nadie
y que deja de soñar.

Para la mujer aquella que solo buscaba algún lugar donde perderse
porque ya no soportaba su propia presencia.
Por ella y por el lugar nunca encontrado.
Por esa ficción,
por los buques que flotan en las nubes
y los aviones que se sumergen en los mares.

Por todos aquellos que nunca la vieron,
por los que no la vieron como yo la vi.
Callada,
feliz,
sencilla,
compleja,
triste,
elocuente,
andando entre las piedras y las lápidas
cada vez más cerca del cielo,
cada vez más lejos de todo,
pero siempre cerca de su inevitable presencia.
Su propia presencia,
que hiere,
que cura,
que mata,
que nunca la deja tranquila.

Para la mujer aquella, la de las mil preguntas, y la de las respuestas nunca encontradas.
Para ella,
que supo cantar,
que supo jugar,
que supo reír
y que ya no pudo soportar.